miércoles, 15 de abril de 2015

El Matrimonio: El orden de Dios para el matrimonio (Las esposas)

El orden de Dios para el matrimonio: Las esposas.


Gran parte de los problemas matrimoniales se deben a que se viola el orden asignado por Dios para cada uno de los cónyuges creyentes. La influencia del mundo, un modelo paterno incorrecto, las deformidades de nuestro propio carácter, y una carencia de enseñanza bíblica sólida, han atentado una y otra vez contra la armonía familiar. Ante esto, sólo nos queda mirar al Señor y buscar la sana enseñanza de la Palabra de Dios.

Lo primero que debemos dejar claro es que Dios ha diseñado el matrimonio; por lo tanto, sólo él puede enseñarnos acerca de cómo debe funcionar. Dios le ha asignado un cierto papel a cada uno de los cónyuges. Ignorarlos, o intentar substituirlos, es buscar el fracaso matrimonial.
El marido tiene un papel y la mujer tiene otro, de acuerdo a la configuración física, psicológica y espiritual de cada uno. El perfil de uno y otro no depende de la ideología o teoría de moda, sino del diseño de Dios.

1. El orden de Dios para la esposa

El lugar de la esposa en el matrimonio es representativo de algo que la trasciende, y que está en Dios. Tanto el matrimonio como el papel de la esposa, encuentran su sentido sólo en el marco de la revelación divina.

La Biblia dice: «Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer» (1ª Corintios 11:3), lo cual pone a la mujer en un lugar de subordinación, que no es, sin embargo, un menoscabo a su condición de mujer, sino que es un reflejo de la posición que la Iglesia tiene respecto de Cristo.
Esta posición no significa que la mujer sea inferior al varón, sino que se diseñó para la protección de la mujer y para la armonía en el hogar. Dios no honra a quienes se aferran a sus supuestos «derechos», sino a aquellos que eligen libremente obedecerle.

2. La razón de ser de la esposa

A. La belleza de la sumisión
La esposa fue creada para que fuera la ayuda idónea para su marido. Como tal, expresa la belleza de la iglesia que está subordinada y sujeta a Cristo. Esta sumisión representa para ella una gran ganancia, porque así está protegida.

La mujer está física, emocional y espiritualmente en desventaja, y también muy expuesta, por lo cual necesita la seguridad y protección que le ofrece el marido.

a) A nivel físico. Esto se advierte por la mayor fragilidad de la mujer, que le impide realizar ciertas labores prácticas.

b) A nivel emocional (psicológico). La mujer no fue diseñada para enfrentar los rigores de la vida, para resolver las crisis familiares, y la toma de las grandes decisiones. De hecho, puede hacerlo si se ve obligada a ello (porque no es asunto de capacidad), pero no será sin consecuencias para su salud emocional.

c) A nivel espiritual. La mujer está expuesta al ataque espiritual. Larry Christenson, en su libro «La Familia Cristiana» afirma: «Una mujer que no está protegida por la autoridad de su marido está expuesta a la influencia angélica maligna». En cambio – agrega –, «cuando una mujer vive bajo la autoridad del esposo, puede moverse con gran libertad en las cosas espirituales».

B. Modelo
La mujer, como esposa subordinada y sumisa, es una representación de la iglesia en su sujeción a Cristo, pero también es modelo para quienes no conocen la iglesia, en un mundo donde no se conoce mucho acerca del trasfondo espiritual del matrimonio. Es decir, ella tiene como modelo a la iglesia, pero a la vez ella sirve de modelo para que otros vean lo que es la iglesia en su relación con Cristo.
Existe una estrecha relación entre la iglesia local y la esposa. Si la iglesia local se sujeta a Cristo, ello permitirá a las esposas tener un modelo que imitar; pero si no es así, las esposas piadosas están llamadas a mostrar en su matrimonio lo que la iglesia local debiera ser respecto a Cristo.
La sumisión de la mujer no ha de ser una práctica forzada e hipócrita, sino el fruto de una disposición del corazón que, en temor, busca agradar al Señor.

3. La ruptura del orden
La ruptura del orden de Dios al interior de la familia se produce muchas veces porque la mujer, sea por sí misma o por mutuo acuerdo con el varón, toma el lugar del marido como ‘cabeza’. Esto trae consigo una confusión de roles. Christenson dice: «Cuando el esposo rehúye su responsabilidad de cabeza de su hogar, o cuando la esposa lo usurpa, el hogar sufre las consecuencias».
En muchos casos, la ruptura del orden está influido por la «femini-zación» de la cultura, en que la mujer ha ido intercambiando sus roles de igual a igual con el hombre e, incluso, asumiendo el rol de él en la dirección del hogar.

4. Causas en la esposa de esta ruptura del orden de Dios

a) Ignorancia. Falta de instrucción en la Palabra. Ella quiere obedecer y agradar al Señor, pero no sabe cómo.

b) Modelos familiares (o sociales) incorrectos. Ella proviene de un hogar donde la mujer era dominante, o donde ella misma era el centro de la atención de la familia (hija única, hija criada con abuelos, hija consentida). Tal vez por causa de su inteligencia o su belleza, desarrolló especialmente sus caprichos.

c) Sobrevaloración. La esposa con una alta autoestima tenderá a menospreciar a su marido. Sobre todo, cuando ella es más inteligente, más hábil, más habladora, más fuerte de carácter, más exitosa en su trabajo, cuando procede de una familia mejor conceptuada socialmente, etc.

d) Rebeldía. Ella encuentra que él no es un hombre digno de admiración ni de respeto. Piensa que, o bien ella se equivocó al aceptarlo como marido, o Dios se equivocó al dárselo. Tal vez recuerda su juventud llena de esplendor, de ‘buenos partidos’ que ella rechazó. Tal vez ella considera haber hecho (y estar haciendo) un derroche con semejante marido.

5. Consecuencias inmediatas en el hogar

a) Rencillas. Las rencillas son consecuencia del orgullo herido. Una mujer rebelde se siente permanentemente tocada en su autoestima. Su reacción son las palabras y actitudes violentas. Por casi cualquier motivo, ella provoca una disputa. Él, en un comienzo, cede ante su esposa para evitar el choque, pero finalmente se cansa, y responde. El hogar se transforma en un campo de batalla en que las palabras hirientes, cual flechas, van y vienen buscando el blanco. «Gotera continua (son) las contiendas de la mujer» (Prov. 19:13b). «Gotera continua en tiempo de lluvia y la mujer rencillosa, son semejantes; pretender contenerla es como refrenar el viento, o sujetar el aceite con la mano derecha» (Prov. 27:15-16). «Mejor es vivir en un rincón del terrado que con mujer rencillosa en casa espaciosa» (Prov. 21:9 y 25:24). «Mejor es morar en tierra desierta que con la mujer rencillosa e iracunda» (Prov. 21:19). En este ambiente, los hijos son desdichados testigos de estas batallas de denuestos, y recibirán las consecuencias.

b) Desatención. El marido no es digno de la atención de la mujer. Si ella lo atiende, será con indiferencia. Constantemente buscará (y hallará) la forma de evadirlo, y de no cumplir su deber conyugal.

c) Manipulación para obtener el control. Utilizando las rencillas, los desprecios, los propios hijos, y otros muchos recursos, causará tal agobio en el marido, que él sólo querrá la paz. Y el precio de esa paz puede ser el gobierno de la casa. Resultado: se produce una inversión de los roles. El marido puede llegar a ser apenas uno más entre los hijos. Así se ha instaurado el matriarcado. Ella está contenta, el marido, resignado, pero ¿y el Señor?

6. Consecuencias mediatas

a) Deformación del carácter. La mujer perderá su delicadeza y femineidad. Ella adoptará inconscientemente una forma de hablar y de gesticular autoritaria, impropia de una mujer.

b) Ataques espirituales. La primera consecuencia de estar sin cobertura es ser engañada. Eva fue engañada cuando actuó al margen de su marido (2ª Timoteo 2:14). Le parecerá que está procediendo bien, aunque esté contraviniendo claramente la Palabra de Dios. No aceptará reconocer su error. Como consecuencia, recibirá permanentemente ataques espirituales que afectarán su estado de salud, sufrirá repentinas cefaleas, tendrá bruscos cambios de ánimo y depresiones.

c) Confusión de roles sexuales (en los hijos). Ante tal espectáculo, si los hijos llegan a ser adultos con patrones de conducta normales, será por milagro. ¿Qué modelo le ha brindado el padre al hijo? ¿Qué modelo le ha brindado la madre a la hija? Probablemente, ellos también tendrán dificultades en sus propios matrimonios. Hay estudios que arrojan resultados alarmantes: esta confusión de roles tiene incidencia en la homosexualidad.

d) Inutilidad en la obra de Dios. Una mujer que está fuera de la cobertura de su marido no podrá servir a Dios (aunque haga cosas para Dios). Por muchos esfuerzos que realice, no le servirán de nada. Dios no respalda nada que se salga de su modelo y del orden que él ha establecido.

7. Solución: restablecer el orden de Dios. ¿Cómo?

a) Arrepintiéndose de corazón. La mujer deberá arrepentirse delante de Dios por romper o intentar romper el orden establecido por él para el matrimonio. Luego, deberá decidirse a modificar su conducta de acuerdo a la luz recibida.

b) Aceptando que el orden de Dios fue diseñado para su propio bien y el del matrimonio. La esposa deberá ceder el control del hogar y ocupar el lugar de sumisión y dependencia que Dios le prescribió. Eso podrá incomodarle en un comienzo, pero en definitiva traerá descanso y paz a su corazón.

c) Creyendo, a la luz de la Palabra de Dios, que el hombre no fue creado para la mujer, sino la mujer para el hombre.

d) Aceptando que el marido que tiene no lo escogió ella, sino que se lo dio Dios. Ciertamente, Dios no se ha equivocado al darle el marido que tiene.


Fuente: http://www.aguasvivas.cl/revistas/29/familia.htm

El Matrimonio:El orden de Dios para el matrimonio (Los maridos)

El orden de Dios para el matrimonio: Los maridos



Gran parte de los problemas matrimoniales se deben a que se viola el orden asignado por Dios para cada uno de los cónyuges creyentes. La influencia del mundo, un modelo paterno incorrecto, las deformidades de nuestro propio carácter, y una carencia de enseñanza bíblica sólida, han atentado una y otra vez contra la armonía familiar. Ante esto, sólo nos queda mirar al Señor y buscar la sana enseñanza de la Palabra de Dios.

Lo primero que debemos dejar claro es que Dios ha diseñado el matrimonio, por lo tanto, sólo él puede enseñarnos acerca de cómo éste debe funcionar. Dios le ha asignado un cierto papel a cada uno de los cónyuges. Ignorarlos, o inventar substitutos, es buscar el fracaso matrimonial.
El marido tiene un papel y la mujer tiene otro, de acuerdo a la configuración física, psicológica y espiritual de cada uno. El perfil de uno y otro no depende de la ideología o teoría de moda, sino del diseño de Dios.

1. El orden de Dios para el marido

El papel del hombre es representativo de algo que lo trasciende, y que está en Dios. En ese sentido, tanto el matrimonio como el papel del marido en él, encuentran su sentido sólo en el marco de la revelación divina.

La Biblia dice: «Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer» (1ª Corintios 11:3), lo cual le confiere al marido una posición de autoridad sobre la mujer, que no es, sin embargo, la suya en sí, sino que es un reflejo de la autoridad de Cristo sobre la Iglesia.

Pero, por otro lado, la Biblia también dice: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella» (Efesios 5:25). Este amor tiene una característica sobrenatural, porque es el amor hasta el sacrificio con que Cristo amó a la Iglesia.

Por último, la autoridad del padre con respecto a sus hijos es una representación de la figura de Dios – Padre hacia todos nosotros. Por eso la Escritura les insta a portarse varonilmente, y a esforzarse. (1ª Corintios 16:13).

2. La razón de ser de la Cabeza

A. Escudo
El hombre, como Cabeza, es escudo para la familia: La familia (mujer e hijos) está expuesta en muchos frentes, por lo cual necesita la protección de la Cabeza.

a) A nivel físico: Esto se puede observar en el orden práctico, y descansa en la mayor fortaleza y reciedumbre del varón. Él puede realizar las labores domésticas pesadas que ni la mujer ni los hijos pequeños pueden hacer.

b) A nivel emocional (psicológico). Al asumir la responsabilidad en la toma de decisiones, en la disciplina de los hijos, y en la ‘lucha por la vida’, el marido está resguardando la salud emocional de su esposa, la cual no ha sido diseñada para enfrentar tales rigores.

c) A nivel espiritual: La mujer y los hijos están expuestos al ataque espiritual. El esposo es su escudo contra el ataque del mundo invisible de «principados y potestades» (Efesios 6:12). Así como Cristo, en cuanto Cabeza del varón, es, por así decirlo, escudo del varón, así lo es éste para la mujer. Si el marido no está ejerciendo su rol, el diablo tomará eventualmente a esa familia como «base de operaciones». Larry Christenson dice en su libro «La familia cristiana»: «Una mujer que no está protegida por la autoridad de su marido está expuesta a la influencia angélica maligna.»

B. Modelo.

El hombre, como cabeza del hogar, es modelo de lo que Dios es con sus hijos: Un padre debe mostrar a sus hijos el carácter de Dios Padre, es decir, su amor y su autoridad. El autor Keith J. Leenhouts, en su libro «Una carrera de amor» atribuye su vocación de padre a la ejemplar figura de su padre: «Él me obsequió con el más valioso regalo. Cuando leí y escuché que Dios es como un padre, quise estar con Dios. Si Dios era como un padre, entonces Dios era poderoso, amante, bueno, cariñoso y grande. Tenía que serlo porque es como un padre, y eso es, exactamente, lo que fue mi padre.»
El ejercicio de la autoridad no debe producir ira, sino un sano temor (Salmo 119:120), y debe ir muy complementada con el amor. En la toma de decisiones, el padre podrá escuchar a su mujer (y eventualmente a sus hijos), pero en definitiva quien decide es él, y quien, a la hora de cometer errores, debe asumirlos enteramente.

3. La ruptura del orden

La ruptura del orden de Dios al interior de la familia se produce cuando: a) el hombre de ‘motu proprio’ cede su lugar a la mujer; b) cuando la mujer por sí misma usurpa el lugar del varón, o, c) cuando ambos, en un acuerdo tácito o explícito, así lo deciden. Entonces, el hombre asume un papel pasivo en cuanto a su rol de cabeza, y la mujer asume un papel activo en el mismo.

Esto se traduce a veces en asuntos tan prácticas como cuando el hombre realiza las labores domésticas, y la mujer se ocupa del sustento de la casa. O como cuando el hombre sigue los dictados de la mujer, y la mujer asume el gobierno de la casa. El resultado es una confusión de roles, confusión de modelos y anarquía. Christenson dice: «Cuando el esposo rehúye su responsabilidad de cabeza de su hogar, o cuando la esposa lo usurpa, el hogar sufre las consecuencias.» Muchas veces el hombre está demasiado dispuesto a rehuir esta responsabilidad –por la carga y molestia que implica– y la mujer está demasiado pronta a tomar lo que el esposo ha cedido.

Hoy existe una «feminización» de la cultura. La mujer, creada para ocupar un papel complementario («ayuda idónea»), ha ido ocupando un rol más y más protagónico. Esto ha ido produciendo hogares «unisex», en que ambos cónyuges se intercambian los roles, de modo que no hay nada ‘masculino’ ni nada ‘femenino’.

4. Causas en el hombre de esta ruptura del orden de Dios.

a) Ignorancia: Esto puede deberse a una falta de instrucción en la Palabra de Dios, o a modelos familiares (o sociales) incorrectos. Tal vez el padre fue un hombre «gobernado» por su mujer, o él mismo creció con algún complejo por su personalidad débil.

b) Menosprecio. El hombre puede sentirse sobrepasado por los usos de la modernidad, por la influencia de una esposa autoritaria, o de unos hijos «educados». Es posible que el hombre se sienta «menos inteligente» o «menos espiritual». Esto se verá acentuado si «le cuesta expresarse con palabras» (ella puede decir las cosas más rápido y mejor), si tiene un carácter tímido o débil, si es «más lento» que ella, si no puede suplir las necesidades materiales de la familia como debiera, si se considera que ella es de una familia «bien» y él no, o si ella se considera «hermosa» y él demasiado «vulgar».

c) Pusilanimidad: Las continuas luchas con una esposa rebelde y de carácter fuerte pueden haber provocado en el hombre un cansancio, una falta de ánimo y una renuncia al ejercicio de la autoridad y los deberes de esposo y padre.

d) Comodidad: La habilidad de una esposa diligente y de carácter fuerte, puede haber provocado también en el esposo la comodidad, porque considera que ella lo hace mejor que él.

5. Consecuencias en el hogar:

a) Rencillas: Cuando el orden de Dios no está claro, todos los miembros de la familia procurarán imponerse unos a otros, la mujer al marido, los hijos a los padres, etc. Esto será causa de rencillas permanentes. «Dolor es para su padre el hijo necio, y gotera continua las contiendas de la mujer» (Prov. 19:13).

b) Inversión del orden de autoridad: La mujer será «el hombre» de la casa; el hombre, en tanto, será el que hace de «mediador» entre su mujer y los hijos, o en mero ‘ayudante’ de la mujer. Él tendrá un carácter apacible, en tanto, ella un carácter fuerte. Lo que debiera ser normal, es anormal. Estos son pésimos modelos para los hijos.

c) Confusión de roles sexuales (en los hijos): Ante tal espectáculo, si los hijos llegan a ser adultos con patrones de conducta normales, será casi por milagro. ¿Qué modelo le ha brindado el padre al hijo? ¿Qué modelo le ha brindado la madre a la hija? Probablemente ellos tendrán serias dificultades en sus propios matrimonios. Hay estudios que arrojan resultados alarmantes, como, por ejemplo, la incidencia en la homosexualidad.

d) Deformidad del carácter: La mujer perderá su delicadeza y femineidad. Ella adoptará una forma de hablar y de gesticular impropia de una mujer. El hombre, por su parte, exagerará su timidez, y tendrá actitudes de sumisión.

e) Ataques espirituales: Un hogar sin la cobertura espiritual y emocional de un marido provocará ataques diabólicos sobre la mujer y sobre los hijos. La mujer actuará bajo el engaño del diablo, y sus decisiones serán erradas. (2ª Tim. 2:14). Luego, recibirá permanentemente ataques espirituales que afectarán permanentemente su estado de salud, tendrá bruscos cambios de ánimo y depresiones. En los hijos, el diablo sembrará rebelión, y desaparecerá el temor de Dios. Muchas otras consecuencias podrían sobrevenir en un hogar caótico, donde se altera el orden de Dios.

f) Inutilidad en la obra de Dios. Un marido con tal familia, ¿podrá servir a Dios? Por muchos esfuerzos que realice, no le servirán de mucho. Dios no respaldará nada que se salga de su modelo y del orden que él estableció.

5. Solución: restablecer el orden de Dios. ¿Cómo?

a) Arrepintiéndose de corazón. Cada uno de los cónyuges deberá arrepentirse delante de Dios, y decidirse a cambiar su manera de pensar.

b) Aceptando que el orden de Dios fue diseñado para el bien propio y del matrimonio, con todas sus implicaciones; es decir, con un cambio real en la manera de actuar de aquí en adelante. El marido deberá asumir responsablemente el rol que ha abandonado por comodidad o debilidad.

c) Aceptando que la mayor responsabilidad en el hogar le corresponde al marido, y que ésta es indelegable.

d) El marido deberá someterse a la autoridad de Dios, para que él le permita establecer la suya propia en el matrimonio y el hogar. La autoridad del marido cristiano no se impone mediante la fuerza o la coerción, sino que es una autoridad espiritual.


Fuente: http://www.aguasvivas.cl/revistas/28/familia.htm

El Matrimonio: El orden de Dios para el matrimonio.

El orden de Dios para el matrimonio.



En el mundo, el orden matrimonial asume diversas formas.

Existe la forma del patriarcado, en que el marido, como padre de familia, es un señor que domina y gobierna sin contrapeso, donde la esposa y los hijos le temen y son como sus siervos. También existe el matriarcado, en que la mujer es la que maneja las cosas de la casa, a los hijos y aun a su marido, sea de manera explícita o simulada. Una forma más grotesca aún suele darse en el mundo y es lo que se podría llamar filiarcado (en latín, “filius” significa “hijo”), en que los hijos gobiernan a sus padres, los manejan a su antojo, constituyéndose a sí mismos en el centro del hogar y haciendo de sus padres meros servidores que atienden sus caprichos.

Obviamente, ninguna de ellas es conforme al modelo de Dios. Aparentemente, la forma del patriarcado es lo que más se le parece, pero el modelo de Dios para el matrimonio no es el del patriarcado. Cuando Cristo reina y ocupa el centro en una familia, ninguno sobresale por sí y en sí mismo. No hay gritos ni lucha por el poder. Todos atienden a la dirección del Único que tiene la autoridad, y todos se rinden a Él, en la posición y el ámbito de responsabilidades que Él ha asignado a cada uno. Cuando Cristo tiene el centro, el matrimonio y la familia funcionan bien, sin discordias ni estallidos de violencia, espontánea y silenciosamente, según el perfecto orden de Dios.

¿Cuál es este orden? Dice la Escritura: “Porque quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (1ª Cor.11:3). Aquí está el orden de Dios, no sólo en el matrimonio, sino también en el universo: Dios, Cristo, el hombre, la mujer. Cristo es la gloria de Dios, el hombre es la gloria de Cristo, y la mujer es la gloria del hombre. El hombre fue creado para que expresara la gloria de Cristo y la mujer fue creada como expresión de la gloria del hombre.

La posición de autoridad que el hombre ocupa se señala externamente en que lleva su cabeza descubierta; en cambio, la posición de sujeción que la mujer ocupa se señala externamente con el velo. Cuando la mujer no ora ni profetiza su cabello le sirve de velo; pero cuando la mujer ora o profetiza ha de ponerse el velo, como señal de autoridad sobre su cabeza (1ª Corintios 11:3-6).

De manera que por causa de que hay implicados hechos espirituales trascendentes, tanto el hombre como la mujer han de cuidar respetar este orden. No es un asunto de caracteres: es el orden de Dios.
A veces los maridos renuncian a tomar su lugar, por comodidad o por una supuesta incompetencia, como si esto fuese un asunto de caracteres o de capacidades naturales. Pero aquí vemos que esto es un asunto establecido por Dios, y anterior a nosotros, en lo cual está implicado el orden universal, y al cual nosotros somos invitados a participar.

Las demandas en la relación matrimonial.

Consecuentemente con todo lo anterior, hay demandas para los miembros de la familia cristiana, que se pueden resumir en una sola expresión: la demanda para el esposo, es amar a la esposa* ; para la esposa, es estar sujeta a su esposo; para los padres es disciplinar y amonestar a sus hijos; para los hijos es obedecer a sus padres.

Siendo el varón la cabeza de la mujer, resulta para el esposo una demanda muy fuerte que ame a su esposa, porque ello implica, además, una restricción a su rudeza natural. Por eso dice la Escritura: “No seáis ásperos con ellas” (Col.3:19), y “Dando honor a la mujer como a vaso más frágil” (1ª Ped.3:7). El ser cabeza pone al hombre en una posición de autoridad, pero el mandamiento de amar a su mujer le restringe hasta la delicadeza.

Hay al menos dos razones por las cuales el esposo debe ser ejemplo amoroso de quebrantamiento y humildad. Primero, por su carácter naturalmente áspero, y, segundo, por la autoridad que detenta. Junto con ponerle en autoridad, el mandamiento le limita en el uso de esa autoridad.

De modo que si su autoridad es cuestionada, no debe procurar recuperarla por sí mismo, sino remitirse a Aquél a quien pertenece.

Si Dios ha permitido que su autoridad sea resistida, entonces debe de haber alguna causa (que bien pudiera ser alguna secreta rebelión frente a Cristo), y que es preciso aclarar a la luz del Señor.

Por su parte, siendo la mujer de un carácter más vivaz, el estar sujeta es una restricción a su natural forma de ser, por lo cual dice la Escritura: “La mujer respete a su marido” (Ef. 5:33b), y “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción” (1ª Tim.2:11). No obstante, ella recibe el amor de su esposo, que la regala y la abriga.

Esto es así para que no haya desavenencia en el matrimonio. Ambos son restringidos y a la vez son honrados por el otro. Cada uno según su natural forma de ser. Porque Dios sabe mejor que nosotros mismos cómo somos, y por eso diseñó así el matrimonio. El marido representa la autoridad, pero, siendo de un carácter áspero, debe amar con dulzura; la mujer es amada y regalada, pero, siendo de naturaleza más inquieta, debe sujetarse. Así todos perdemos algo, pero gana el matrimonio y la familia, y por sobre, todo, gana el Señor.

Si el esposo ama, facilita la sujeción de la esposa. Si la esposa se sujeta, facilita el que su esposo la ame. Con todo, si ambas conductas (el amar y el sujetarse), siendo tan deseables, no se producen, ello no exime ni al esposo ni a la esposa de obedecer su propio mandamiento.

¡No hay cosa más noble para un marido cristiano amar a su mujer como Cristo amó a la iglesia! No hay cosa más noble, conforme van pasando los años, encontrarla más bella, sentir que su corazón está más unido a ella, y que ha aprendido a amarla aun en sus debilidades y defectos. Porque ya no anda como un hombre, sino que camina en la tierra como un siervo de Dios.

¡Qué dignidad más alta para una mujer la de sujetarse a su marido, no por lo que él es, sino por lo que él representa! ¡Cuánto agrada a Dios un hombre y una mujer así! Todos los reclamos, todas las quejas desaparecerían. Si el marido se preocupara más de amar no tendría ojos para ver tantos defectos e imperfecciones. Si la mujer se viera a sí misma como la iglesia delante de Cristo, si se inclinara, si fuera sumisa y dócil, cuánta paz tendría en su corazón. Cuánta bondad de Dios podría comprobar en su vida.

* Bien que la primera demanda para el esposo – y que no deja de ser importante – es “dejar padre y madre” para luego unirse a su mujer. Es decir, procurar la autonomía e independencia respecto de los padres. Si esto se obedece desde el principio, el matrimonio se evitará muchos contratiempos.


Fuente: http://www.aguasvivas.cl/revistas/06/14.htm

El matrimonio: Una expresión de cosas eternas

El matrimonio: Una expresión de cosas eternas.



Los cristianos gozamos de una posición celestial gloriosa, que nos fue dada en Cristo antes de los tiempos de los siglos. Esta posición celestial y eterna tiene una manifestación en las cosas terrenas y temporales, en lo cotidiano. La gloria de Dios consiste en que esas cosas celestiales se expresen de manera multiforme en los variados actos de nuestra vida cotidiana. Así, por ejemplo, en Efesios capítulos 1, 2 y 3 se nos habla de lo que nosotros somos en los lugares celestiales; en cambio, en los capítulos 4, 5 y 6 se nos habla de lo que somos en la tierra, aquí y ahora, en virtud de lo que somos arriba.

El matrimonio y la familia son dos de las principales áreas en las que se expresan aquí abajo las cosas eternas de Dios. Por eso Dios les asigna un lugar tan principal, y por eso el enemigo de Dios, que es enemigo nuestro y de toda justicia, los ataca tan fuertemente.

La metáfora de un misterio

Lo primero que hemos de ver respecto del asunto que nos ocupa, es que el matrimonio es la metáfora de un misterio. "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia" (Ef.5:32). Este misterio -Cristo y la iglesia- no se dio a conocer a los profetas del Antiguo Testamento, si bien su metáfora -el matrimonio- ya se había establecido en Génesis 2:24: "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne."

El matrimonio es una metáfora o una alegoría del misterio de Cristo y la iglesia, y no la revelación plena del mismo, porque muestra la unión de Cristo y la iglesia en forma velada, no abiertamente. El día que veamos a Cristo unido para siempre con su iglesia, en los lugares celestiales, celebrando las bodas del Cordero, ese día será una manifestación completa. Entonces ya no veremos oscuramente, sino que veremos las cosas tal como son. Hoy vemos el misterio revelado sólo a medias, a través de un delicado velo que lo cubre, y descubierto para unos pocos. El matrimonio es, de este modo, una metáfora que revela y, a la vez, esconde el misterio de la unión eterna de Cristo y la iglesia.

Para conocer el verdadero significado del matrimonio, hemos de conocer a Cristo y a la iglesia. El Señor aceptó cierta distorsión en cuanto al matrimonio bajo el Antiguo Pacto, pero no la puede aceptar bajo el Nuevo. Porque en el matrimonio, el marido representa a Cristo, y la esposa a la iglesia, lo cual no se conocía bajo el Antiguo Pacto.

Cuando los fariseos se acercaron al Señor para preguntarle acerca del matrimonio, ellos tenían en mente las enseñanzas de Moisés dadas en Deuteronomio capítulo 24. Sin embargo, Él les llevó más atrás, a Génesis capítulo 2. "Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así" (Mt.19:8). "Al principio no fue así". Es el parámetro con que ha de medirse. Lo que está en el principio muestra el modelo original de Dios, y que expresa el deseo de su corazón. Lo posterior es el resultado de la incapacidad e irresponsabilidad del hombre para sostener aquel modelo. De manera que hemos de ver atentamente cómo fueron las cosas al principio, para así conocer el misterio que encierra el matrimonio.

Cuando Dios creó a Adán tuvo en mente a su Hijo, y cuando Dios creó a Eva, como compañera de Adán, tuvo en mente a la iglesia. Lo primero es Cristo y la iglesia. No Adán y Eva. No el matrimonio de Adán y Eva, sino Cristo y la iglesia. El matrimonio es una réplica en el tiempo de aquella unión maravillosa y eterna de Cristo y la iglesia.

El misterio de Cristo y la iglesia -como todos los que Dios ha revelado en su evangelio-, no es develado a todos los hombres, sino sólo a los que son de la fe: "El respondiendo les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado" (Mat.13:11); "Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio ..." (Rom.11:25); "Así pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios" (1ª Cor.4:1); "He aquí os digo un misterio ... (1ª Cor.15:51); "Que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia" (1ª Tim.3:9); "E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad" (1ª Tim.3:16). Estos misterios no son entendidos por carne y sangre, sino que son entendidos espiritualmente, por revelación del Espíritu Santo.

Doctrina no es revelación.

Sin embargo, ocurre que el matrimonio, tal como lo enseñó Cristo, ha sido adoptado (al menos formalmente) por la llamada "sociedad occidental cristiana", incorporando, incluso, las palabras inspiradas del Señor en el ritual con que se celebra. Pero hemos de ver nosotros que el Señor nunca pretendió que sus enseñanzas abarcaran a toda una sociedad como tampoco crear una sociedad cristiana. Siempre vemos en sus palabras, y en las de los apóstoles, que los cristianos forman un residuo, un remanente en un ambiente que no es el suyo, porque "el mundo entero está bajo el maligno" (1ª Juan  5:19). En su oración de Juan 17, el Señor hace una clara diferencia entre los suyos (que están en el mundo) y los demás (que son del mundo). El matrimonio como institución y como doctrina puede ser conocido por todos los hombres, pero el matrimonio como metáfora y réplica de un misterio espiritual sólo pueden conocerlo los hijos de Dios.

Pondremos un ejemplo. Sabemos que los primeros cuatro siglos del cristianismo el mundo occidental estuvo bajo el dominio del Imperio Romano. Pues bien, mientras eso fue así, las formas de vida de toda Europa estuvieron marcadas por las formas de vida de los romanos. Y como esto era así, podía notarse claramente la diferencia entre un matrimonio romano y uno cristiano, porque ellos tenían una fuerte tradición, que  centraba el  matrimonio y la  familia en el 'pater familias', el cual tenía poderes casi absolutos sobre los miembros de su familia, pues eran su posesión. Los rituales, la legislación y las costumbres - todo lo relacionado con la familia - no eran, por tanto, producto de una enseñanza inspirada. Pero tal cosa permitía separar, al menos, lo que era terreno de aquello que procedía del cielo.

Pero luego, cuando Constantino hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio, el misterio de Cristo y los demás misterios del evangelio, se hicieron comunes para toda la sociedad, no por una revelación de ese misterio, sino por la legalización de la doctrina asociada a ese misterio. Así se impusieron en la sociedad romana, por decreto, formas de vida que son espirituales, y que modificaban su propia concepción. De ahí pasaron luego al resto de la sociedad ya "cristianizada", en las diversas épocas y lugares, hasta nuestros días. Así fue cómo las verdades espirituales se hicieron vanas en las mentes de los hombres, convirtiéndose en mera información doctrinal. Por eso el matrimonio cristiano, cuando es sólo una doctrina en la mente y no una realidad espiritual, resulta ser, además, una camisa de fuerza para una naturaleza humana incapaz de sobrellevarlo.

Los discípulos entendieron muy bien las dificultades que traería el modelo de matrimonio que el Señor estaba anunciando, cuando dijeron al Señor: "Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse" (Mt.19:10). El Señor acababa de establecer la prohibición del repudio, lo cual resultaría muy difícil de cumplir para un judío que hacía uso y abuso de ese recurso, y que servía de escape a una relación fracasada, como también a su propia concupiscencia.

Es eso lo que ocurre con el matrimonio cristiano cuando es impuesto a incrédulos que cargan con una naturaleza caída, y que tienen los ojos cerrados para ver el misterio que encierra.

La figura de Adán y Eva.

Así pues, la comprensión real de lo que es el matrimonio para Dios requiere de una revelación previa, revelación que tiene que ver con Cristo y la iglesia.

Si tenemos esta revelación, entonces valoraremos el matrimonio y lo defenderemos. No lo menospreciaremos ni seremos irresponsables en su cuidado.

Efesios 5:31 dice: "Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne." Y el 5:32 dice: "Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia." Si podemos ver que el hombre del 5:31 es Cristo del 5:32; y que la mujer de Efesios 5:31 es la iglesia del 5:32, entonces nos daremos cuenta de que el matrimonio -cada uno en particular- es una expresión terrena y cotidiana de la relación de Cristo y la iglesia.

Esta relación está prefigurada claramente con la primera pareja antes de su caída. En el pasaje de Génesis 2:15-25 tenemos a Adán en su soledad, primero, y luego, en su perfecta complementación con Eva, la cual fue tomada de su mismo cuerpo. Primero está Adán solo, señoreando sobre toda la creación, pero incompleto. Magnífico en su perfección, en su poder y en su perfecta individualidad, pero incompleto. Estaba solo, sin que se hubiese encontrado ayuda idónea para él. Pero Dios, que ya tenía en su corazón a Cristo y la iglesia, creó a Eva, que vino a ser el complemento y la perfección suma de Adán. Ahora Adán estaba completo.

Eva fue tomada de Adán para prefigurar que la iglesia es tomada de Cristo. Eva es una prolongación de Adán, y prefigura que la iglesia lo es también de Cristo. Como Eva fue tomada de Adán, ambos llegaron a ser una sola carne (v. 2:24), y así tiene cumplimiento lo que Dios diseñó en el principio para el matrimonio (y que se confirma en las palabras del Señor en Mateo 19:5-6).

¿Podemos ver que la iglesia es Cristo en otra forma? ¿Podemos ver que la iglesia es santa y sin mancha, porque fue tomada de Cristo? ¿Podemos ver que nuestra esposa -que es figura de aquélla- fue tomada de nuestro propio cuerpo, y que es una prolongación de nosotros mismos? ¿Podemos ver que es por eso que somos "una sola carne"? Un hermano ha dicho muy bien: "El varón no está completo en sí mismo. La mujer es su complemento para que supla las deficiencias de él. Ella es fuerte donde él es débil, y débil donde él es fuerte, y juntos forman un todo completo, una carne."

Por eso el repudio -amparado bajo la ley mosaica- no podía expresar a Cristo y a la iglesia, porque Cristo es fiel a su única iglesia, como Adán lo fue a Eva. Y por eso la poligamia y el adulterio no tienen cabida en el matrimonio cristiano, por mucho que se le busquen resquicios para justificarlos. A nosotros debe interesarnos lo que se diseñó en el principio, no la distorsión posterior. No podemos intentar doblarle la mano al Señor, obligándole a que, por la dureza de nuestro corazón, Él rebaje entre nosotros sus demandas para el matrimonio. Si Él lo hizo antes fue por causa de la caída del hombre, y por la impotencia de quienes estaban bajo la ley. Pero con nosotros el problema de la caída y de la impotencia para agradar a Dios son asuntos ya solucionados. La salvación de Dios nos levantó de la caída, y la omnipotencia de su gracia nos ha dado fuerzas para agradarle.


Fuente: http://www.aguasvivas.cl/revistas/05/14.htm

La Familia: La responsabilidad del marido hacia Cristo y hacia su esposa.

La responsabilidad del marido hacia Cristo y hacia su esposa.

¿Dónde estás tú?

Marcelo Díaz P.

¿Dónde estás tú?” ... Esta fue la primera pregunta que hizo Dios al hombre después de la caída. Hasta ese momento todo iba bien, pues la creación se ajustaba armoniosamente a lo ideado por Dios. El hombre y su mujer gozaban de un ambiente grato y tranquilo, especialmente preparado para que el hombre comiera del árbol de la Vida. Pero la tragedia ocurrió. Sin saber cómo, la mujer se vio involucrada en una engañosa conversación con la serpiente, la cual, con su astucia, logró introducir en la mente de la mujer la simiente de la duda, la codicia, la independencia y la incredulidad. Así comieron del árbol del cual se les había mandado abstenerse. En ese momento entró el pecado, y todo, absolutamente todo, fue trastocado. Todo cuanto existía comenzó a recibir un vuelco en su orden; el eslabón principal había sido alterado y todo comenzó a cambiar. ¡Qué pena, qué escena más triste! Con un solo bocado, toda la creación fue sujeta a la más extrema esclavitud (Ro. 8:20,21).
En medio de la confusión, dice la Escritura: “Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estas tú?” (Gn. 3:9) ¿Acaso Dios no es omnisciente? ¿No sabía Dios dónde estaba escondido el hombre?... Por cierto que sí. Dios apelaba a la calidad de varón depositada en Adán. ¿Qué quiere decir esto? Que en ese momento Adán no estaba escondido entre los árboles del huerto, sino bajo el gobierno de su mujer. Puesto que posteriormente le dice: “Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer y comiste del árbol que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa...” (Gn. 3:17). Adán no estaba siendo un verdadero varón.

La doble responsabilidad del varón

En el orden de Dios, el varón ocupa una ubicación de vital importancia. Cuando leemos detenidamente en las Escrituras que “Cristo es cabeza de todo varón y el varón cabeza de la mujer” (1Cor.11:3), nos damos cuenta de que la misma persona que tiene por cabeza a Cristo, es a la vez cabeza de la mujer. Por lo tanto, la trascendencia que esta ubicación tiene, es esencial. Es decir, se ubica entre Cristo y su esposa. No como una función mediadora, puesto que hay un solo mediador entre Dios y los hombres (1Tim.2:5), sino como autoridad.

Así, el varón tiene una doble responsabilidad: primero, hacia su cabeza –Cristo–, y segundo, hacia su mujer, de quien es cabeza. ¡Qué maravilla, qué privilegio! Tener por cabeza a nuestro precioso Señor y ser cabeza de quien más se ama en la tierra.

En relación a la primera responsabilidad, se requiere de una profunda dedicación a inquirir, conocer y obedecer a Cristo, el Señor. En la segunda situación, se requiere un esfuerzo por representar fielmente el deseo de quien es su cabeza. La relación con Cristo es eminentemente espiritual. A Cristo sólo se le ve con los ojos de la fe. Por lo tanto, la condición básica es desarrollar una sensibilidad espiritual para oír al Señor. La relación con la esposa es eminentemente concreta, por lo que se requiere de una capacidad para traducir lo trascendente de la vida de Cristo en elementos palpables y prácticos.

Responsable de lo que acontece en el matrimonio

Ahora, volviendo a la escena del Génesis y a la pregunta de Dios, la carga afectiva que ella conlleva es el anticipo a una desagradable sorpresa. Dios, paseándose en el huerto al aire del día, sabe que algo extraño ha acontecido, mira a su alrededor buscando al hombre y no le halla, pues el Hombre (varón ) y su mujer se habían escondido de la presencia de Jehová (Gn.3.8). Y el relato, al anteponer la figura masculina en este acto de esconderse, nos revela que Adán ya ha perdido parte de su dignidad varonil. Dios llama, y Adán se esconde. Luego responsabiliza a su mujer por lo acontecido. ¡Qué vergonzoso, esconderse culpando a su mujer!

Lo que aconteció en la primera pareja es algo muy habitual, pues tanto el hombre como la mujer tienden a justificar sus actos culpándose mutuamente. Sin embargo, al ser un vínculo matrimonial, éste se ajusta a un tipo de relación circular, donde cada uno es participante de lo que le acontece al otro. Es decir, uno potencia la conducta del otro, y viceversa.

Pero aquí Dios llama al varón, dejando clara evidencia de que el responsable de lo que acontece en el matrimonio es éste, por cuanto es cabeza de su mujer. De nuevo, aquí nos enfrentamos a un tema importante.

Quisiera ilustrarlo con el caso de un matrimonio donde el enseño-reamiento del esposo facilitó que la esposa encontrara comprensión y afecto en otra persona, con quien incurrió en infidelidad. En consecuencia, el matrimonio se quebró y salieron a luz decenas de detalles verdaderamente escandalosos donde las culpabilidades iban y venían. Si se atendía a la mujer –quien evidentemente había pecado–mientras explicaba sus motivos y contaba los pormenores de la relación, quedaba en el ambiente el deseo de justificarla y perdonarla por el mal trato recibido. Sin embargo, ella había pecado voluntariamente. Y, si se escuchaba al marido –quien era obviamente culpable de haber quebrado la relación– se sentía que el pecado de la mujer debía ser condenado públicamente. En este caso, era obvio que ella había pecado y que era responsable ante Dios por su pecado. Pero el marido era tanto o más responsable por causa del abandono afectivo de su mujer. En resumen, él era responsable de su mujer.

En este sentido, la responsabilidad del varón no puede ser eludida. No podemos justificarnos en nuestro esfuerzos y en nuestros razonamientos ¡Somos responsables por nuestras mujeres! El varón es cabeza de la mujer, y es quien responde por su esposa.

La esencia del varón

Cristo es cabeza del varón, y como tal, seguir a Cristo es el camino del varón. Amar a Cristo, obedecer a Cristo, es la esencia del varón. El varón fue creado para Cristo, Él es nuestra cabeza y es nuestra primera dedicación. El Señor dijo: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y a madre, y mujer... no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26). La apelación incluye a nuestras esposas. ¿Acaso Dios quiere separarnos de nuestras esposas? No, puesto que el mandamiento para los maridos es: “Amad a vuestras mujeres...” (Ef. 5:25). El punto importante a destacar es: “... como Cristo amó a la iglesia”. De manera que no es cualquier amor, ni de cualquier manera, sino como el de Cristo. Él anduvo en amor y se entregó a sí mismo “por nosotros”, ofrenda y sacrificio “a Dios” en olor fragante. (Ef. 5:2.) ¡Qué impresionante! Se entregó por nosotros a Dios. Cristo, nuestra cabeza, por causa de Dios y teniendo como principal lealtad y amor a su Padre, se entregó y nos amó hasta el fin. Así los maridos, varones de Dios, deben amar también a sus mujeres. Amar a Cristo y a su mujer dignifica al varón, pero amar sólo a su mujer lo deshonra.

Tal parece que Adán amó a su mujer, pero no amó a Cristo. ¿Qué hizo que Adán desobedeciera el mandato de Dios y obedeciera a su mujer? Algunos entendidos postulan que Adán estaba junto a Eva cuando fue engañada, según se puede traducir el versículo de Génesis 3:6. Las Escrituras no nos dicen que Adán fue engañado. Podemos entonces inferir que el suyo fue un acto consciente, es decir, libre del oscurecimiento del engaño como atenuante. Lo que lo hace aún más responsable.

Amar no es consentir

Generalmente, lo que oscurece la conciencia son los sentimientos. Así, lo que hizo a Adán participar del mismo pecado que su mujer fueron sus sentimientos. Esa incapacidad de querer ofenderla, de no provocar una instancia de tensión evitando el conflicto, fue lo que malamente primó en Adán. Él no fue un varón en esto. Así no se ama a la mujer. Él debió haber estorbado el acto de su mujer, como cabeza responsable no sólo de transmitir la palabra de Dios, sino también de –con gracia– acompañar el cumplimiento de ésta.

Hoy muchos varones –buenos y santos varones– no se atreven a confrontar a sus esposas por temor, por “amor” e, incluso, por no estorbar la intimidad sexual del matrimonio. Esto deshonra a nuestra Cabeza, expone a nuestras mujeres al pecado y a la futura vergüenza. Amar no es consentir.

Al hacer un pequeño diagnóstico en las iglesias, podemos llegar a la conclusión de que el problema no son las mujeres insurrectas, calumniadoras, rencillosas, sino la gran deficiencia de verdaderos varones, que amen profundamente a Cristo y amen profundamente a sus mujeres.

Ahora bien, ¿qué hizo que Eva pecara? Al contrario de Adán, fueron sus razonamientos. Pablo dice. “Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos 1 (Gr. Pensamientos) sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Cor. 11:3). Eva vio que era “árbol codiciable para alcanzar sabiduría” (Gn. 3:6). Esta idea, desligada de su esposo, divorciada e independizada, hizo que en definitiva su mente se deslizara hacia un abismo fatal. Por esta causa, a nuestras mujeres se les manda sujetarse, armonizar 2 en todo con sus maridos, de la misma manera como el varón lo debe hacer con su Señor. Así, siendo ambos uno en Cristo, se cumple el propósito de Dios para el matrimonio.

“¿Dónde estás tú?”. Esta es la pregunta. Así Dios llamó al varón en el Génesis y lo sigue llamando hasta ahora.

¿Dónde estas tú?

1 Pensamientos, del griego, “noemata”.
2 En el griego, la palabra “sujetarse” de Ef. 5:22, referida a las mujeres, es “hipotaso”, e implica la idea de “actuar en armonía con” o “armonizar con” su esposo.


Fuente: http://www.aguasvivas.cl/revistas/23/familia.htm

La Familia: "Como el gozo del esposo con la esposa"

Un mensaje para los matrimonios
"Como el gozo del esposo con la esposa"




Al abordar un tema tan amplio, nos encomendamos a la gracia de nuestro bendito Dios para recibir lo que Él quiera decirnos hoy al respecto.

De principio a fin, la Biblia está llena de figuras, ejemplos y mandatos objetivos respecto del matrimonio. Nosotros estamos familiarizados con la mayoría de ellos:

"Y los bendijo Dios ..."
"No es bueno que el hombre esté solo ..."
"Por tanto, dejará el hombre padre y madre y se unirá a su mujer, y ambos serán una sola carne ..."
"Lo que Dios unió, no lo separe el hombre ..."
"Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella ..."
"Como la iglesia está sujeta a Cristo, así las casadas lo estén a sus maridos en todo ...", etc.


El matrimonio es un diseño 100% divino, y como tal, está destinado a proveer gozo, paz y estabilidad al hombre y a su descendencia. Por esta misma razón es que creemos que Satanás el diablo procura con todos sus medios desacreditarlo, robando su paz, matando su objetivo y destruyendo la confianza de los hombres en la obra de Dios.

Los creyentes en Cristo Jesús nuestro Señor y Salvador, nos oponemos a toda obra del enemigo, y ponemos oído atento a la voz de nuestro Dios. Él tiene palabras de vida y esperanza para nuestro matrimonio, y nuestra mayor conveniencia es buscar nuestros recursos en Él.

EL GOZO DEL ESPOSO CON LA ESPOSA.

Consideremos las palabras del Señor en Isaías 62:5: "Pues como el joven se desposa con la virgen, se desposarán contigo tus hijos; y como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo."

¡Qué palabra más bendita! En los tratos de Dios con su pueblo, muchas veces se usa la palabra "como": "Como el padre se compadece de los hijos, así Jehová se compadece ..." (Salmo 103:13). "Como aquel a quien consuela su madre ..."  (Isaías 66:13) "Como la gallina junta a sus polluelos ..."  (Mateo 23:37), etc.

Para muchos resultará sorprendente y a la vez maravilloso el alto concepto que tiene el Señor del matrimonio: "Como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará el Dios tuyo."

Esto significa que en el corazón del Señor no están las irrealidades tan propias de nuestra sociedad. Para Él, la normalidad del matrimonio es tan preciosa, tan grata, tan indescriptiblemente hermosa, que es comparable ¡al gozo de Dios con nosotros!

Esto es superlativo, y digno es el Señor de ser alabado por ello. En contraste con esto, muchas veces hemos compartido el terrible dolor de tantos hermanos que no ven esto realizado en sus vidas, ni siquiera en una pequeña medida. Pero, hermanos, miremos esta palabra con esperanza, porque poderoso es nuestro Dios para sacarnos de toda irrealidad. ¡Hay bálsamo en Galaad, y Él puede curar toda herida! (Jeremías 8:22).

Ciertísimamente, todo hombre que se encomienda a Dios, que ha entrado en una comunión íntima con Él, puede confesar que esto es incomparable y maravilloso en extremo. La comunión con el Señor, el gozo de la salvación, no tienen paralelo en la experiencia humana. Esto nos hace recordar la experiencia que Moisés tuvo en el monte. Es posible que hubiese bastado un solo día para recibir las tablas de la ley (lo decimos con reverencia), pero él estuvo allí en el monte, en medio de la nube de gloria, 40 días. Es posible que Moisés ni deseara bajar de allí, porque estar con el Señor es lo más precioso que existe.

A la luz de la Palabra que hemos leído ¡este es el modelo de Dios para el matrimonio! ¡Cuán altos son sus pensamientos para con sus hijos!

El quiere que el gozo de nuestro matrimonio sea comparable al gozo que nosotros, como creyentes, sentimos con Él y Él con nosotros. Dios nos ha unido el uno al otro para que de por vida seamos la más hermosa compañía y mutuo refugio.

EL MATRIMONIO COMO REFUGIO.

El matrimonio significa compañía, protección, ternura, sustento, disciplina, respeto, orden, confianza, reabastecimiento continuo (¿Acaso no hemos encontrado todo esto en la comunión que hoy tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo?).

Nosotros somos como un barco que sale a recorrer los mares, y necesitamos un puerto de abrigo donde regresar a reabastecernos. Hermanos, la voluntad del Señor es que nuestro hogar sea ese refugio, ese nido donde llegamos y liberamos las tensiones y todas las presiones vividas en el mundo. ¡Oh, que podamos exclamar: "Llegué a mi refugio"! ¡Aquí me relajo, aquí vengo a recuperar mis fuerzas para salir de nuevo a la batalla! Que el Señor nos ayude en esto.

El enemigo, que tiene una oposición total al plan de Dios, tiene apuntados sus dardos para hurtar, matar y destruir todo esto; y lo ha logrado en muchos casos; mas hoy tomamos esta palabra con mucha esperanza, confiados en el Nombre del Señor Jesús. Pues Él puede darnos victoria sobre todas estas cosas. ¿Qué quiere el diablo? Que experimente la soledad en vez de una preciosa compañía. ¡Qué terrible es cuando una mujer se siente sola estando al lado del hombre que se supone debe ser su principal respaldo y compañía! ¡Y qué decir del tremendo dolor que sufre un hombre y/o una mujer al quedar solos tras una lamentable ruptura!

Una de las desgracias más grandes que existen es la soledad del hombre o la mujer en plena vida matrimonial. La mujer que no cuenta con el respaldo de quien tendría que defenderla hasta dar su vida por ella, sufre un dolor inmenso. Es tu deber, marido, ser la mejor compañía de tu mujer. Dios te hizo responsable de ese vaso frágil. Debes guardarla y protegerla, debes ser su muro y antemuro. Nunca debe ella sentirse sola por tu causa. Estamos hablando entre creyentes; por tanto, lo menos que se espera es que con la gracia de nuestro bendito Dios, cada uno sepa cumplir su rol.

¡Cuántos hay que, teniendo una vida exitosa en muchos aspectos, que reciben el aplauso y la admiración de todo el mundo, al llegar a su casa encuentran un desastre en vez de un refugio!

¡Cualquiera sería capaz de canjear todo lo demás con tal de llegar a casa y encontrarse con la persona que más ama!

Es cierto que el hombre necesita realización. Deseamos que nos vaya bien en todo lo que emprendemos en el mundo, pero que nos libre el Señor de fracasar en esto. Sería preferible experimentar muchos reveses en la vida, pero que al regresar a casa el hombre o la mujer contara con alguien para secar sus lágrimas y acompañarle en las noches de desvelo y preocupación. Que en los momentos más oscuros, haya una persona que esté ahí, en comunión íntima, con una oración profunda y sentida.

El Señor nos anticipó que en el mundo tendríamos aflicción, y una de las formas más poderosas para consolarnos es ésta: nuestro matrimonio. Como bien lo dijo al principio: "No es bueno que el hombre esté solo." ¡Bendito sea su Nombre!

LA VERDAD EN LO ÍNTIMO.

Cuando estos momentos álgidos llegan al matrimonio, hay algo muy importante de considerar. Tanto el esposo como la esposa deben ser tan fieles al Señor que han de ser capaces de decir la verdad al que está equivocado. Si uno u otro se está apartando del Señor o está reaccionando en forma impropia, y esto le ha acarreado muchos dolores, ¿quién mejor que el esposo o la esposa puede poner las cosas en su verdadero lugar?

Se puede decir algo como esto: "Mi amor, tal vez otros te hablarán con violencia, pero ¿quién te quiere más que yo? En este punto debes reconocer que tú estás errado, y aunque te duela debes aceptarlo." ¡Ay del hombre o de la mujer que apoya la injusticia del otro! (o respaldar "en la carne", como decimos los que estamos en el Señor). Tal complicidad puede acarrear graves consecuencias para los hijos de Dios. En ningún caso somos llamados a favorecer algo que no sea la voluntad del Señor, menos en el matrimonio, pues Dios sólo respalda lo que está de acuerdo con su luz, y jamás firmará armisticio con las tinieblas. Amemos la verdad en lo íntimo (Salmo 51:6). ¡Que el Señor nos socorra en todo esto!

Varones, representemos bien a nuestro Señor como Cabeza de su iglesia y brindemos a nuestra esposa la honra que le corresponde. Igualmente, hermanas, procuren expresar bien el modelo del Señor honrando a sus maridos.

Hermanos, nosotros no ignoramos estas cosas. Usted sabe que el marido representa a Cristo y que la esposa representa a la iglesia. Ahora bien, lo que hoy importa no es lo que "sabemos", sino el que podamos "vivir" la Palabra.

He aquí la exhortación: Si en algún lugar vamos a vivirla, tiene que ser en la familia. ¿O es en la familia y el matrimonio donde existe la hipocresía más grande? ¿Será posible que todos los hermanos nos vean muy amorosos, y que en la casa seamos unos ogros? Esto sería la peor de las hipocresías. Así no habrá poder contra las asechanzas del diablo, ni fuerzas para la oración. Huyamos de estas cosas antes de que las crisis se desaten.

A través de la palabra que estamos compartiendo, Dios nos habla claramente. Es como si nos dijera: "Yo no quiero que tengas la mayor hipocresía, sino la mayor realidad de Cristo dentro de ti." Hoy Dios viene en nuestra ayuda. Para que se cumpla en nosotros el gozo de Isaías 62.

ERRADICANDO LA VIOLENCIA.

La palabra del Señor es para sanidad, para corregir lo defectuoso. Un verdadero creyente es uno que ha abandonado su vida vieja, por eso creemos que es posible erradicar la violencia. La violencia es lo contrario de la ternura. La violencia destruye y carcome lo que estaba destinado a ser glorioso. ¡Cuánto dolor habremos causado al corazón del Señor! ¡Cuán contristado estará el Espíritu Santo en muchos casos!

Hemos recibido tantos corazones heridos, hemos llorado junto a hermanos y hermanas ¡tan dolidos!
Es en extremo vergonzoso que la violencia verbal y aun la física esté presente todavía entre los hijos de Dios.

Creo que el Señor nos habla muy directamente. Con reverencia tomemos aquí la palabra de Malaquías 3:13: "Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová ..." ¿Por qué decimos que el Señor ha sido violentamente afectado? Simplemente, porque el matrimonio consta de tres personas: El esposo, la esposa y Cristo. Sí, porque Él vive en el corazón de uno y otro. Entonces, el Señor mismo ha sido ofendido muchas veces en la intimidad del hogar y ha tenido que soportar tanta palabra hiriente.

Esto es de la mayor seriedad. El Señor está ofendido, sí, porque Él lo ve todo y lo oye todo.

Si alguien cree o piensa que sus secretos comportamientos  nadie más los conoce, entonces el tal es un ignorante. ¡El cielo lo supo! Y "todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta" (Hebreos 4:13). Si el pariente o el vecindario no lo supo, ¿no lo sabrá Aquél que todo lo ve? ¿Aquel que ve las lágrimas y los sentimientos que van por dentro?

Hermanos, nosotros somos del Señor y hemos sido llamados a caminar delante de Él. Cuando fuimos bautizados en Cristo Jesús, nuestra vida vieja, con toda su violencia, quedó allí sepultada. Ahora, en el Señor, la comunión es posible, la reconciliación es posible. Que no se ponga el sol sobre tu enojo.

Cristo en nosotros es la esperanza de gloria (Colosenses 1:27). Esto es una realidad en todo verdadero creyente, y es por ello que creemos que es absolutamente posible el pleno entendimiento en todo aspecto dentro del matrimonio cristiano, porque tenemos los recursos de la naturaleza divina (2ª Pedro 1:4). Las legítimas diferencias de carácter entre los esposos, y todos aquellos grandes y pequeños detalles que atentan contra la armonía y felicidad del matrimonio, pueden ser superados, pueden ser vencidos, porque el Señor mismo está presente en nuestras vidas y ES ÉL QUIEN SUSTENTA EL MATRIMONIO. Esta es la inmensa ventaja del creyente sobre el incrédulo. Porque el matrimonio no lo sustenta la situación económica y ni siquiera el amor (el amor humano es egoísta y muy limitado), y menos aun el sexo.

El matrimonio cristiano lo sustenta Cristo mismo. ¡Gloria al Señor por esto!

EL MATRIMONIO NOS REGULA.

Sigamos. El matrimonio nos trajo al orden, a la disciplina y al respeto.

Si hay un lugar donde los creyentes somos regulados, es en el matrimonio. La iglesia nos conoce externamente. Allí nos conocen por los dones que tenemos, por la predicación o por el testimonio que damos en una asamblea. Allí todos nos conocen por fuera. Pero hay al menos una persona que nos conoce la vida. Cómo vivimos, cómo hablamos, si nuestras palabras son limpias, honestas y veraces. Si seguimos siendo tan santos al regresar a casa después de una linda reunión. Es aquí donde el Señor espera que vivamos la mayor realidad, porque el gobierno del Señor en nuestras vidas produce exactamente eso: orden, disciplina, respeto, y además, nos hace hombres y mujeres confiables (Proverbios 31:11). Si esto no se está cumpliendo, entonces nuestra vida cristiana terminará siendo una religión externa, una miserable inconsecuencia.

ALÉGRATE CON LA MUJER DE TU JUVENTUD

Veamos ahora Proverbios 5:15-23:
"Bebe el agua de tu misma cisterna,
y los raudales de tu propio pozo.
¿Se derramarán tus fuentes por las calles,
y tus corrientes de aguas por las plazas?
Sean para ti solo,
Y no para los extraños contigo.
Sea bendito tu manantial,
Y alégrate con la mujer de tu juventud,
Como cierva amada y graciosa gacela.
Sus caricias te satisfagan en todo tiempo,
Y en su amor recréate siempre.
¿Y por qué, hijo mío, andarás ciego con la mujer ajena,
Y abrazarás el seno de la extraña?
Porque los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová,
Y él considera todas sus veredas.
Prenderán al impío sus propias iniquidades,
Y retenido será con las cuerdas de su pecado.
Él morirá por falta de corrección,
Y errará por lo inmenso de su locura."

Los versículos 18 y 19 son palabras de las más hermosas que hay en la Biblia referidas al matrimonio. Gracias al Señor por ellas.

Este es el pensamiento de Dios. Su diseño es de alegría y gozo para el matrimonio. Esto nos habla del gozo del amor conyugal como algo legítimo y hermoso que tenemos el privilegio de disfrutar en la intimidad del matrimonio, sin necesidad de caer en la inmensa locura de buscar placer "en el seno de la extraña".

Es en este aspecto, donde somos llamados a manifestar una especial ternura y la delicadeza en su mayor expresión.

Dios creó la unión íntima, física, no sólo como un medio de reproducción (como los animales que se aparean sólo en tiempo de "celo"), sino como una preciosa ocasión de comunión, de acuerdo y de legítimo placer.

Hermano, hermana: Nunca destruyamos o atentemos contra esta área. No la destruyamos con un torpe maltrato. No intentemos imitar los modelos del mundo. Antes bien, con los recursos de la vida de Dios dentro de nosotros, seamos capaces de descubrir la mejor forma de hacer feliz al otro, con un respeto mutuo muy grande. (Jamás en esta área se encuentre algo que resulte humillante). Antes bien, esto puede llegar a ser algo sublime, gratificante, precioso y placentero hasta el extremo. Sólo así podrá cumplirse en su matrimonio esta hermosa palabra acerca de la "cierva amada y preciosa gacela, (cuyas) caricias te satisfagan en todo tiempo".

El matrimonio es un estado honroso (Hebreos 13:4). Los que hemos hallado esposo o esposa hemos hallado el bien y alcanzado la benevolencia de Jehová. (Proverbios 18:22). El matrimonio es para honra, para el bien y para probar la bondad de Dios de muchas maneras.

No pretendemos "endiosar" el matrimonio, pero al considerar las palabras de Isaías 62 y Proverbios 5, se establece un maravilloso paralelo, sobre todo en aquella gran comparación "como el gozo del esposo con la esposa."

UN AMOR MADURO

A medida que los años van pasando y el amor de un matrimonio en Cristo va madurando, el enamoramiento que tuvimos al principio nos parecerá tan infantil, tan ciego, sin conocimiento de los problemas que  nos esperaban. Nadie es culpable por esto. Pero cuando los años pasan, y el corazón del esposo y la esposa creyente se van llenando del amor del Señor, van madurando, y se van aceptando las limitaciones y defectos del otro, y se puede decir: "Te amo por el solo hecho de que eres mía. Te amo, porque me perteneces y porque yo te pertenezco a ti."

Es bienaventurado el hombre que ha llegado a tener un amor maduro, muy distinto del amor que se sintió en la juventud, en la adolescencia. Ya no es el amor del besito, de la cartita o del chocolatito. Es el amor de la persona que me lava la ropa más sucia, que me tiene la camisa planchada y me espera con una comida bien sazonada. Es la persona que me hizo feliz, que me dio hijos. Gracias a ella, ahora me dicen "papá". Esto dejó una marca en su vida, ahora ha envejecido atendiéndonos y soportándonos en todas nuestras deformidades y asperezas. Esta mujer es digna de un gran honor. Jamás la menospreciemos.

Que el esposo honre a su esposa, y la esposa honre a su marido. Que nunca caigamos en la semejante necedad de decir: "Se me terminó el amor". Esa es una inmadurez, un infantilismo, un terrible fracaso. El amor maduro acepta los defectos del otro, puede soportarlo todo, y además, no guarda rencor.

Es posible que usted aún tenga cosas pendientes del pasado, que no ha perdonado y que están afectando su matrimonio en la actualidad. ¿Va a arrastrar esas cadenas por el resto de su vida? Hermano, hermana, es el Señor quien te manda perdonar ¡Perdona de una vez! Esto debe hacerse ahora mismo. Lo que haya pasado, hecho está. El tiempo no volverá atrás. Nada ganamos con mirar hacia atrás, a los fracasos del pasado. Nuestra mira está adelante, hacia el reino, con la esperanza de la gloria de Dios.

Hoy resistimos a Satanás, resistimos al enemigo que ha venido para hurtar, matar, destruir, y hacer perder la confianza como si todo estuviera perdido y sin remedio ¡Pero hay remedio! Porque cuando el Señor viene, la luz viene, y las tinieblas se van. La vida brota y la muerte huye. Nuestro Señor resucita a los muertos. El puede resucitar ahora mismo ese amor marchito, para valorar así, con el Señor en el corazón, ese tesoro, esa joya tan grande que es tu esposa o tu esposo.

Amados hermanos, los hijos se van a ir, un día no lejano se casarán, se trasladarán de ciudad, y edificarán su propia vida. Al final sólo quedarás tú y ella. Tú sola con tu marido. Tú solo con tu mujer. Vamos a quedar solos hasta morir juntos.

A nosotros nos sostiene Dios, no los hijos, por mucho que los amemos y que ellos nos amen. Un día se irán. Pero esa mujer que tienes a tu lado no se irá nunca. Cuando ya no te puedas levantar de la cama, ella te vestirá y te alimentará, hasta el fin. Es tan comprensible, cuando un abuelito fallece, el otro, sin estar aparentemente tan enfermo, pronto se va. ¡Qué tremendo es todo esto!

Permita el Señor que aprendamos del patriarca Abraham, que a la hora de sepultar a su amada Sara, no aceptó que los hijos de Het le regalaran la cueva de Macpela para sepultarla. Ella era demasiado valiosa para él, y al pagar el precio de aquella heredad, demostró cuánto la amaba y valoraba (Génesis 23:13).

Amados, entreguemos hoy al Señor todas nuestras cargas, fracasos y desesperanzas y confiemos en que Él está dispuesto a darnos todo su socorro. Volvamos de verdad el corazón al Señor y permitamos que Él nos ordene hasta en lo más íntimo. ¡Bendice a tu esposa! ¡Bendice a tu esposo! ¡Bendigamos al Señor!
¡Señor Jesús, Tú eres el Señor!

Síntesis de un mensaje compartido por el Hno. Gonzalo Sepúlveda
a los matrimonios en el Campamento-Retiro de Rucacura / Enero 2000.


Fuente: http://www.aguasvivas.cl/revistas/03/18.htm