El orden de Dios para el matrimonio: Los maridos
Gran parte de los problemas matrimoniales se
deben a que se viola el orden asignado por Dios para cada uno de los cónyuges
creyentes. La influencia del mundo, un modelo paterno incorrecto, las
deformidades de nuestro propio carácter, y una carencia de enseñanza bíblica
sólida, han atentado una y otra vez contra la armonía familiar. Ante esto, sólo
nos queda mirar al Señor y buscar la sana enseñanza de la Palabra de Dios.
Lo primero que debemos dejar claro es que Dios ha
diseñado el matrimonio, por lo tanto, sólo él puede enseñarnos acerca de cómo
éste debe funcionar. Dios le ha asignado un cierto papel a cada uno de los
cónyuges. Ignorarlos, o inventar substitutos, es buscar el fracaso matrimonial.
El marido tiene un papel y la mujer tiene otro,
de acuerdo a la configuración física, psicológica y espiritual de cada uno. El
perfil de uno y otro no depende de la ideología o teoría de moda, sino del
diseño de Dios.
1. El orden de Dios para el marido
El papel del hombre es representativo de algo que
lo trasciende, y que está en Dios. En ese sentido, tanto el matrimonio como el
papel del marido en él, encuentran su sentido sólo en el marco de la revelación
divina.
La Biblia dice: «Cristo es la cabeza de todo
varón, y el varón es la cabeza de la mujer» (1ª Corintios 11:3), lo cual le
confiere al marido una posición de autoridad sobre la mujer, que no es, sin
embargo, la suya en sí, sino que es un reflejo de la autoridad de Cristo sobre
la Iglesia.
Pero, por otro lado, la Biblia también dice:
«Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se
entregó a sí mismo por ella» (Efesios 5:25). Este amor tiene una característica
sobrenatural, porque es el amor hasta el sacrificio con que Cristo amó a la
Iglesia.
Por último, la autoridad del padre con respecto a
sus hijos es una representación de la figura de Dios – Padre hacia todos
nosotros. Por eso la Escritura les insta a portarse varonilmente, y a
esforzarse. (1ª Corintios 16:13).
2. La razón de ser de la Cabeza
A. Escudo
El hombre, como Cabeza, es escudo para la
familia: La familia (mujer e hijos) está expuesta en muchos frentes, por lo
cual necesita la protección de la Cabeza.
a) A nivel físico: Esto se puede observar en el
orden práctico, y descansa en la mayor fortaleza y reciedumbre del varón. Él
puede realizar las labores domésticas pesadas que ni la mujer ni los hijos
pequeños pueden hacer.
b) A nivel emocional (psicológico). Al asumir la
responsabilidad en la toma de decisiones, en la disciplina de los hijos, y en
la ‘lucha por la vida’, el marido está resguardando la salud emocional de su
esposa, la cual no ha sido diseñada para enfrentar tales rigores.
c) A nivel espiritual: La mujer y los hijos están
expuestos al ataque espiritual. El esposo es su escudo contra el ataque del
mundo invisible de «principados y potestades» (Efesios 6:12). Así como Cristo,
en cuanto Cabeza del varón, es, por así decirlo, escudo del varón, así lo es
éste para la mujer. Si el marido no está ejerciendo su rol, el diablo tomará
eventualmente a esa familia como «base de operaciones». Larry Christenson dice
en su libro «La familia cristiana»: «Una mujer que no está protegida por la
autoridad de su marido está expuesta a la influencia angélica maligna.»
B. Modelo.
El hombre, como cabeza del hogar, es modelo de lo
que Dios es con sus hijos: Un padre debe mostrar a sus hijos el carácter de
Dios Padre, es decir, su amor y su autoridad. El autor Keith J. Leenhouts, en
su libro «Una carrera de amor» atribuye su vocación de padre a la ejemplar
figura de su padre: «Él me obsequió con el más valioso regalo. Cuando leí y
escuché que Dios es como un padre, quise estar con Dios. Si Dios era como un
padre, entonces Dios era poderoso, amante, bueno, cariñoso y grande. Tenía que
serlo porque es como un padre, y eso es, exactamente, lo que fue mi padre.»
El ejercicio de la autoridad no debe producir
ira, sino un sano temor (Salmo 119:120), y debe ir muy complementada con el
amor. En la toma de decisiones, el padre podrá escuchar a su mujer (y
eventualmente a sus hijos), pero en definitiva quien decide es él, y quien, a
la hora de cometer errores, debe asumirlos enteramente.
3. La ruptura del orden
La ruptura del orden de Dios al interior de la
familia se produce cuando: a) el hombre de ‘motu proprio’ cede su lugar a la
mujer; b) cuando la mujer por sí misma usurpa el lugar del varón, o, c) cuando
ambos, en un acuerdo tácito o explícito, así lo deciden. Entonces, el hombre
asume un papel pasivo en cuanto a su rol de cabeza, y la mujer asume un papel
activo en el mismo.
Esto se traduce a veces en asuntos tan prácticas
como cuando el hombre realiza las labores domésticas, y la mujer se ocupa del
sustento de la casa. O como cuando el hombre sigue los dictados de la mujer, y
la mujer asume el gobierno de la casa. El resultado es una confusión de roles,
confusión de modelos y anarquía. Christenson dice: «Cuando el esposo rehúye su
responsabilidad de cabeza de su hogar, o cuando la esposa lo usurpa, el hogar
sufre las consecuencias.» Muchas veces el hombre está demasiado dispuesto a
rehuir esta responsabilidad –por la carga y molestia que implica– y la mujer
está demasiado pronta a tomar lo que el esposo ha cedido.
Hoy existe una «feminización» de la cultura. La
mujer, creada para ocupar un papel complementario («ayuda idónea»), ha ido
ocupando un rol más y más protagónico. Esto ha ido produciendo hogares
«unisex», en que ambos cónyuges se intercambian los roles, de modo que no hay
nada ‘masculino’ ni nada ‘femenino’.
4. Causas en el hombre de esta ruptura del
orden de Dios.
a) Ignorancia: Esto puede deberse a una falta de
instrucción en la Palabra de Dios, o a modelos familiares (o sociales)
incorrectos. Tal vez el padre fue un hombre «gobernado» por su mujer, o él
mismo creció con algún complejo por su personalidad débil.
b) Menosprecio. El hombre puede sentirse
sobrepasado por los usos de la modernidad, por la influencia de una esposa
autoritaria, o de unos hijos «educados». Es posible que el hombre se sienta
«menos inteligente» o «menos espiritual». Esto se verá acentuado si «le cuesta
expresarse con palabras» (ella puede decir las cosas más rápido y mejor), si
tiene un carácter tímido o débil, si es «más lento» que ella, si no puede
suplir las necesidades materiales de la familia como debiera, si se considera
que ella es de una familia «bien» y él no, o si ella se considera «hermosa» y
él demasiado «vulgar».
c) Pusilanimidad: Las continuas luchas con una
esposa rebelde y de carácter fuerte pueden haber provocado en el hombre un
cansancio, una falta de ánimo y una renuncia al ejercicio de la autoridad y los
deberes de esposo y padre.
d) Comodidad: La habilidad de una esposa
diligente y de carácter fuerte, puede haber provocado también en el esposo la
comodidad, porque considera que ella lo hace mejor que él.
5. Consecuencias en el hogar:
a) Rencillas: Cuando el orden de Dios no está
claro, todos los miembros de la familia procurarán imponerse unos a otros, la
mujer al marido, los hijos a los padres, etc. Esto será causa de rencillas
permanentes. «Dolor es para su padre el hijo necio, y gotera continua las
contiendas de la mujer» (Prov. 19:13).
b) Inversión del orden de autoridad: La mujer
será «el hombre» de la casa; el hombre, en tanto, será el que hace de
«mediador» entre su mujer y los hijos, o en mero ‘ayudante’ de la mujer. Él
tendrá un carácter apacible, en tanto, ella un carácter fuerte. Lo que debiera
ser normal, es anormal. Estos son pésimos modelos para los hijos.
c) Confusión de roles sexuales (en los hijos):
Ante tal espectáculo, si los hijos llegan a ser adultos con patrones de
conducta normales, será casi por milagro. ¿Qué modelo le ha brindado el padre
al hijo? ¿Qué modelo le ha brindado la madre a la hija? Probablemente ellos
tendrán serias dificultades en sus propios matrimonios. Hay estudios que
arrojan resultados alarmantes, como, por ejemplo, la incidencia en la
homosexualidad.
d) Deformidad del carácter: La mujer perderá su
delicadeza y femineidad. Ella adoptará una forma de hablar y de gesticular
impropia de una mujer. El hombre, por su parte, exagerará su timidez, y tendrá
actitudes de sumisión.
e) Ataques espirituales: Un hogar sin la
cobertura espiritual y emocional de un marido provocará ataques diabólicos
sobre la mujer y sobre los hijos. La mujer actuará bajo el engaño del diablo, y
sus decisiones serán erradas. (2ª Tim. 2:14). Luego, recibirá permanentemente
ataques espirituales que afectarán permanentemente su estado de salud, tendrá
bruscos cambios de ánimo y depresiones. En los hijos, el diablo sembrará rebelión,
y desaparecerá el temor de Dios. Muchas otras consecuencias podrían sobrevenir
en un hogar caótico, donde se altera el orden de Dios.
f) Inutilidad en la obra de Dios. Un marido con
tal familia, ¿podrá servir a Dios? Por muchos esfuerzos que realice, no le
servirán de mucho. Dios no respaldará nada que se salga de su modelo y del
orden que él estableció.
5. Solución: restablecer el orden de Dios.
¿Cómo?
a) Arrepintiéndose de corazón. Cada uno de los
cónyuges deberá arrepentirse delante de Dios, y decidirse a cambiar su manera
de pensar.
b) Aceptando que el orden de Dios fue diseñado
para el bien propio y del matrimonio, con todas sus implicaciones; es decir,
con un cambio real en la manera de actuar de aquí en adelante. El marido deberá
asumir responsablemente el rol que ha abandonado por comodidad o debilidad.
c) Aceptando que la mayor responsabilidad en el
hogar le corresponde al marido, y que ésta es indelegable.
d) El marido deberá someterse a la autoridad de
Dios, para que él le permita establecer la suya propia en el matrimonio y el
hogar. La autoridad del marido cristiano no se impone mediante la fuerza o la
coerción, sino que es una autoridad espiritual.
Fuente: http://www.aguasvivas.cl/revistas/28/familia.htm
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